Creo
que la única obligación que tiene el hombre en esta tierra es
realizar sus sueños. Y el mío, en estos momentos, estaba en el
corazón de África.
Pretendía
pisar los lugares que pisaron los primeros exploradores europeos y
americanos, encontrar los parajes descritos por los grandes
narradores de África, ver los paisajes de la aventura africana. El
objetivo era revivir cuanto había imaginado durante años mientras
leía sobre África. Y pretendía también comprender por qué
aquellas regiones del “continente oscuro”, como lo llamó
Stanley, habían poblado los sueños de tantos europeos, de tantos
“hombres blancos”, durante casi dos siglos: saber qué es esa
obsesión que llaman “el mal de África” o “la llamada de
África”, una especie de patológica ansiedad por regresar al
continente después de haber vivido o viajado allí; quería buscar
en el África Negra el sueño de los blancos: los sueños de
aventura, de posesión, de riesgo, de exploración, de avaricia; los
sueños de conquista, los literarios, y también el sueño de vagar
sin rumbo por las grandes sabanas.
[…]
respiraba el aire de las Tierras Altas, entre colinas redondas que
rezumaban humedad y que eran de color azul en la lejanía y verdes en
la proximidad. El aire venía cálido y meloso, empapado de una
vaporosa sensualidad. Sobre mi cabeza se abría, como una inmensa
campana, el cielo libre, noble y luminoso de África.
África
tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil.
El
sueño de África. Javier Reverte.
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