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Donde rezan los búfalos.
Cuando miro la palma de mi mano, veo el mapa del
Masai Mara. Sus líneas y montes están impresos con la silueta de
los ríos, las colinas y las pistas de un lugar remoto de África que
nunca ha visto pasar un tren, o a una máquina escupiendo latas de
refresco, o cómo las puertas de un ascensor se abren solas. Y a
pesar de eso, cuando usted vuelva a casa, si ve pasar a un tren y
entorna los ojos, contemplará la larga fila de ñus de la gran
migración, dibujando una cicatriz sobre la llanura que llega hasta
el río Mara, donde las escarpadas orillas están erosionadas por los
migrantes nerviosos que bufan y respingan antes de atropellarse sobre
las aguas. Y si introduce las monedas en la máquina de bebidas, le
parecerá un extraño animal satisfecho con el bocado, que devuelve
los desechos de su comida empaquetados en una bala metálica. Y si se
abre la puerta del ascensor, esperará encontrar dentro un bosque de
árboles de la fiebre o una colina cubierta de leleshwa.
Este síndrome de profunda melancolía es común
entre los que han viajado a Masai Mara, han admirado el atardecer
sobre la escarpadura de Esoit Oloololo, más allá de la llanura del
Mara Triangle, han saludado a los hipopótamos desde las rocas a la
orilla del río Mara junto al puente de hierro, han estudiado las
técnicas de caza de un gran clan de leones acechando el rebaño que
surca la llanura, se han parado a disfrutar del jugueteo de dos
guepardos adolescentes, y han observado el recogimiento casi
religioso de los búfalos, cabizbajos y silenciosos en la lluvia.
Y así no será difícil descubrir en la lejana
ciudad europea a un ejecutivo llorando sin consuelo mientras se
abraza a un paso de cebra; a una estudiante mirando absorta la farola
y el árbol, esperando que la primera extienda su lengua para atrapar
las hojas tiernas del segundo; a un inspector de Hacienda que arroja
unas ramitas al camión de la basura para mirar cómo las engulle, o
a una funcionaria del registro civil que saluda con un tímido jambo
al ciudadano nigeriano que se acerca a la ventanilla, quien por su
puesto no conoce el swahili ni de lejos. Pero después de regresar,
usted seguirá con su vida, y lo más seguro es que, con algo de
ayuda facultativa, poco a poco dejará de ver acacias donde solo hay
marquesinas de autobús, lodges de safari donde solo hay casetas de
obra y cocodrilos donde solo hay barcas en el estanque del parque. Y
de repente, Masai Mara solo será un bello recuerdo.
Pero entonces, un día, de un bolsillo de ese
pantalón que dormía en el armario desde el verano pasado, una chapa
de Tusker le saltará a los ojos. Y qué demonios. No hace tanto
frío, no es necesario encender la calefacción todos los días, las
paredes realmente no necesitan una mano de pintura y las sillas
plegables del salón en el fondo son muy cómodas. Y así, otra vez,
el verano que viene, volverá a llenarse los ojos con las colina de
Loita, con la llanura de Talek bajo un cielo rojo de nubes fecundas
de tormenta, con el valle ondulado que desciende hacia Ololamuitiek,
con los globos subiendo al frío del amanecer como enormes pelotas de
colores lanzadas al cielo en un interminable sueño infantil.
Yanes, Javier. El Señor de las llanuras.
Éste fragmento del libro de Javier Yanes,
El Señor de las llanuras, describe realmente lo que yo siento
cuando llego de África, en concreto, de Maasai Mara. Durante mi
estancia en Maasai Mara he vivido momentos indescriptibles, donde
las palabras pierden el sentido, dnde no hay cabida ni para la
respiración, no se puede hacer más que contemplar todo lo que te
rodea.
África despierta el alma, un sin fin de sensaciones
pasan por tu cabeza, pureza, vida, dolor, alegría... Es un continuo
ir y venir de sentimientos. África te atrapa, te engancha, se
apodera de ti, es un dulce veneno... y es que es tal la magia que no
puedes parar de pensar siempre en volver.
En África uno está tranquilo, valora las cosas más
simples y no se deja llevar, uno es especial. Y es que la vida es tan
bonita... África hace que las personas se muestren en su verdad. Los
pequeños detalles son los que hacen el todo.
En África encontrarás a personas que no te dejan
indiferente, gente que ama lo que hace y donde lo hace. Personas que
brillan, que han creído en algo y han luchado por ello. Personas
buenas.
Una gueparda y su cría, una rica Tusker, un cruce
de ñues, escuchar maa y swahili, una chimenea, los hipopótamos, el
calorcito en la espalda, el leopardo, una barra de bar, elefantes, un
camino imposible, leones, el olor a tierra mojada, una acacia, las
cenas en gran compañía, grullas, la gente, desayunos mirando al
gran Mara, cocodrilos, un atardecer, una canción, una guitarra, una
risa, una lágrima... Lunita, Jorge, Mariola, William, Peter, Frank,
Wilson, el Cheetah... Es Maasai Mara. Nakupenda Maasai Mara.
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