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domingo, 4 de noviembre de 2012

Maasai Mara, donde las palabras pierden el sentido.

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Donde rezan los búfalos.



Cuando miro la palma de mi mano, veo el mapa del Masai Mara. Sus líneas y montes están impresos con la silueta de los ríos, las colinas y las pistas de un lugar remoto de África que nunca ha visto pasar un tren, o a una máquina escupiendo latas de refresco, o cómo las puertas de un ascensor se abren solas. Y a pesar de eso, cuando usted vuelva a casa, si ve pasar a un tren y entorna los ojos, contemplará la larga fila de ñus de la gran migración, dibujando una cicatriz sobre la llanura que llega hasta el río Mara, donde las escarpadas orillas están erosionadas por los migrantes nerviosos que bufan y respingan antes de atropellarse sobre las aguas. Y si introduce las monedas en la máquina de bebidas, le parecerá un extraño animal satisfecho con el bocado, que devuelve los desechos de su comida empaquetados en una bala metálica. Y si se abre la puerta del ascensor, esperará encontrar dentro un bosque de árboles de la fiebre o una colina cubierta de leleshwa.
Este síndrome de profunda melancolía es común entre los que han viajado a Masai Mara, han admirado el atardecer sobre la escarpadura de Esoit Oloololo, más allá de la llanura del Mara Triangle, han saludado a los hipopótamos desde las rocas a la orilla del río Mara junto al puente de hierro, han estudiado las técnicas de caza de un gran clan de leones acechando el rebaño que surca la llanura, se han parado a disfrutar del jugueteo de dos guepardos adolescentes, y han observado el recogimiento casi religioso de los búfalos, cabizbajos y silenciosos en la lluvia.
Y así no será difícil descubrir en la lejana ciudad europea a un ejecutivo llorando sin consuelo mientras se abraza a un paso de cebra; a una estudiante mirando absorta la farola y el árbol, esperando que la primera extienda su lengua para atrapar las hojas tiernas del segundo; a un inspector de Hacienda que arroja unas ramitas al camión de la basura para mirar cómo las engulle, o a una funcionaria del registro civil que saluda con un tímido jambo al ciudadano nigeriano que se acerca a la ventanilla, quien por su puesto no conoce el swahili ni de lejos. Pero después de regresar, usted seguirá con su vida, y lo más seguro es que, con algo de ayuda facultativa, poco a poco dejará de ver acacias donde solo hay marquesinas de autobús, lodges de safari donde solo hay casetas de obra y cocodrilos donde solo hay barcas en el estanque del parque. Y de repente, Masai Mara solo será un bello recuerdo.
Pero entonces, un día, de un bolsillo de ese pantalón que dormía en el armario desde el verano pasado, una chapa de Tusker le saltará a los ojos. Y qué demonios. No hace tanto frío, no es necesario encender la calefacción todos los días, las paredes realmente no necesitan una mano de pintura y las sillas plegables del salón en el fondo son muy cómodas. Y así, otra vez, el verano que viene, volverá a llenarse los ojos con las colina de Loita, con la llanura de Talek bajo un cielo rojo de nubes fecundas de tormenta, con el valle ondulado que desciende hacia Ololamuitiek, con los globos subiendo al frío del amanecer como enormes pelotas de colores lanzadas al cielo en un interminable sueño infantil.


Yanes, Javier. El Señor de las llanuras.



 Éste fragmento del libro de Javier Yanes, El Señor de las llanuras, describe realmente lo que yo siento cuando llego de África, en concreto, de Maasai Mara. Durante mi estancia en Maasai Mara he vivido momentos indescriptibles, donde las palabras pierden el sentido, dnde no hay cabida ni para la respiración, no se puede hacer más que contemplar todo lo que te rodea.
África despierta el alma, un sin fin de sensaciones pasan por tu cabeza, pureza, vida, dolor, alegría... Es un continuo ir y venir de sentimientos. África te atrapa, te engancha, se apodera de ti, es un dulce veneno... y es que es tal la magia que no puedes parar de pensar siempre en volver.
En África uno está tranquilo, valora las cosas más simples y no se deja llevar, uno es especial. Y es que la vida es tan bonita... África hace que las personas se muestren en su verdad. Los pequeños detalles son los que hacen el todo.
En África encontrarás a personas que no te dejan indiferente, gente que ama lo que hace y donde lo hace. Personas que brillan, que han creído en algo y han luchado por ello. Personas buenas.
Una gueparda y su cría, una rica Tusker, un cruce de ñues, escuchar maa y swahili, una chimenea, los hipopótamos, el calorcito en la espalda, el leopardo, una barra de bar, elefantes, un camino imposible, leones, el olor a tierra mojada, una acacia, las cenas en gran compañía, grullas, la gente, desayunos mirando al gran Mara, cocodrilos, un atardecer, una canción, una guitarra, una risa, una lágrima... Lunita, Jorge, Mariola, William, Peter, Frank, Wilson, el Cheetah... Es Maasai Mara. Nakupenda Maasai Mara.
 





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